Siempre recuerdo aquella recomendación que alguna vez escuché, “no discutas religión y política con nadie”, es muy sabia ya que las creencias las basamos en nuestra historia y de allí, a través del tiempo, se construye nuestra propia fe. Mucho de lo que creemos viene de nuestra familia, pero también de nuestro lugar de nacimiento, donde el inconsciente colectivo se inmiscuye en la narrativa de las historias de vida de cada grupo de personas.
Sin embargo, sigo escuchando decir cosas como “el Yoga es malo”, “las constelaciones familiares levantan a los muertos” y un sin número de expresiones sobre cómo los métodos alternativos de terapia y el “New Age” te alejan de Dios, al menos el que cada religión quiere que interpretemos.
Una amiga un día comentó, en lugar de mandar bendiciones y luz, debemos de rezar a la antigüita y “hacer sacrificios” como buenos católicos. ¿Qué dijeron, este ya se puso a hablar de religión? Pues no. Resistí la tentación de entrarle a la discusión y más bien reflexioné en algo que hace mucho predico y que por allí muchas veces todos olvidamos. La tolerancia. No estamos bien o mal, sólo estamos, coexistimos en una realidad que vamos creando con todo aquello que creemos. Pero en algún momento como sociedad entendimos que diferente es malo. Lo diferente a mis creencias me amenaza, me da miedo y me provoca distancia. ¿Eres diferente? No te creo, no te acepto, ¡aléjate de mi!
Sin embargo, me pongo a pensar en la historia original de la navidad, al menos la que nos han enseñado en occidente. Esa pareja que iba a dar a luz y que era perseguida. Que fue guiada por luz de una estrella, fue visitada por reyes magos que le llevaron, entre otras cosas, incienso, y que dieron a luz un hijo concebido por el Espíritu Santo.
Si lo analizamos más allá de los dogmas de fe, ese hijo que fue el rebelde original. El cuestionó el status quo de una sociedad que tenía que evolucionar hacia temas más espirituales, de ese mundo que estaba en decadencia y que debía abrazar el amor y la paz. El rey hijo de carpintero que no trajo oro y riqueza, pero que llegó a predicar tolerancia entre los pueblos. Alguien diferente y que por sus diferencias fue visto como un mal y asesinado por ello.
Podemos creer o no la historia. Podemos o no aceptarla. Pero lo que definitivamente podemos hacer es reflexionar sobre ella. La navidad que esperamos cada año con tanto añoro, debería de llegar con mucho más que el regalo del intercambio, los tamales de la posada y la visita de Santa Claus.
Yo me pongo a pensar, ¿que pasaría si en las mesas de navidad se sentara gente más allá de los que considero cercanos y están en mi zona de confort? ¿Qué pasaría si sientan árabes e israelíes? ¿Si se sientan delincuentes y policías? ¿Figuras religiosas y estrellas de rock? Imagínense esas mesas en donde la única regla sea la tolerancia y el punto de partida sea: Diferente no es malo. Diferente me enseña, me complementa, me reta y me ayuda a que el mundo viva en paz.
¡Les deseo una Navidad llena de tolerancia!
Cheers!