Parte de mi trabajo está relacionado con el mundo digital. Comencé haciendo estrategias digitales allá por el año 2000.
He pasado los últimos 25 años de mi vida buscando la innovación, buscando la mejor forma de servir e impactar a la sociedad a través de estas herramientas que llegaron para cambiar(nos). En este tiempo hay miles de horas de aprendizaje, de lecturas, de errores, de pruebas. Los últimos meses he buscado alejarme de la pantalla, con el argumento de desconectarme para re-conectarme conmigo.
Tantos años de trabajo creando estrategias y contenido, campañas, conceptos, medición, interpretación, terminan por mermarte. Hace un par de días vi un video de una entrevista del músico Ed Sheeran y hablaba acerca de su relación con su teléfono.
Explicó algunas cosas de sus viejos hábitos y luego qué pasó una vez que dejó esas actividades. El mensaje era que al dejar el teléfono, léase las redes, los sitios de noticias, los chats, los memes. Dijo que el aburrimiento generado por el alejamiento de la dopamina le ayudó a escribir canciones que ahora son grandes éxitos en su carrera musical.
De todo esto me llama la atención el concepto de “aburrimiento”. Aburrirse es una palabra que ya escuchamos poco en una conversación; uno mismo, pocas veces te das el tiempo de estar aburrido. Analizando cuándo fue la última vez que estuve aburrido encontré una ristra de hechos que más que gustarme, me dejaron en evidencia.
Aunque soy exigente con lo que consumo, incluso ese contenido más de fondo que de forma, también genera dopamina (el neurotransmisor del placer) que encontramos en las notificaciones, en los “me gustas” o en el scroll. La liberación de la dopamina es instantánea y genera una demanda de mayores estímulos para sentir que estamos viviendo, que en nuestra vida algo de interés sucede, esto es el efecto de las redes sociales en nuestra vida, el vicio en el que podemos caer.
Este bombardeo de estímulos reduce nuestra capacidad de concentración, impactando en nuestra productividad. Lo peor de todo esto es que entorpece los procesos creativos complejos que requieren de mucho enfoque y concentración. Terminando por convertir nuestro cerebro en un espejo de tendencias no en un productor original.
En la vida personal, el impacto del “no estar aburrido”, llega a lo más monstruoso de todo esto: “perder la capacidad de estar presentes o disfrutar de momentos simples“. A mí, por esas cuestiones de trabajo, me hice obsesivo con las noticias. Estar consultando los sitios de noticias todo el tiempo me llevaba a un estado de inanición. El querer estar informado es una forma equivocada de querer estar presente.
Fuimos secuestrados por la dopamina, por la trascendencia etérea del estar y no del ser. Estar aburrido es algo no conveniente para el nuevo sistema de símbolos, de como la vieja estructura de lo social, del desarrollo personal, tiene que estar atada a lo nuevo. En lo nuevo todo es vértigo, vómito, gritos, fascinación, ya no hay gente aburrida, para qué.
¿Esto tiene un límite? Creo que sí, honestamente, creo que sí. Somos nosotros ese límite. No hay forma de zafarnos de este kraken de mil tentáculos a menos que queramos. Aburrirnos es justo aquello con lo que grandes historias de nuestra vida comenzaron. Las aventuras más memorables comenzaron con una idea, idea que surgió del aburrimiento de ver el mundo en blanco y negro, plano, sin sonido, sin soundtrack.
Ed Sheeran tiene razón. La nueva esclavitud la dicta el algoritmo. Pero, anda, inténtalo, déjalo, apágalo. No pasará de que vivas a flor de piel la vida. No está mal, de vez en cuando apagar las pantallas, disfrutar del silencio, volver a escuchar nuestra voz, mirarnos al espejo, no al reflejo de la pantalla, rebelarnos a la zona de confort. No está mal que de pronto volvamos a abrir los ojos y observemos el mundo. Aburrirnos. ¿Será hora de decir qué pastilla, roja o azul?