Imagine que necesita consultar con su médico familiar y debe hacer fila a cielo abierto, porque ni siquiera alcanza lugar en el interior de la clínica del Seguro Social que le corresponde; o, mejor todavía, proyecte la emoción que experimentará cuando en la misma institución le comuniquen que los estudios urgentes que requiere tendrán lugar dentro de tres meses.
Luego, recuerde la afirmación del expresidente acerca de que los servicios médicos nacionales están a la altura de los de Dinamarca. ¿Qué le queda? ¿Recibir de lleno el impacto de la burla o reír? Le propongo lanzar sonora carcajada, en lugar de imprecaciones alusivas a la familia de quien considere su ofensor.
Pero el sentido del humor se manifiesta en muchos otros escenarios del surrealismo político mexicano, aun así surja de manera involuntaria.
Recuerdo cuando en la primera década del siglo, en uno de los salones del Palacio de Cantera, sede del poder Ejecutivo en Nuevo León, presenté un proyecto sobre la comunicación de nuevos procedimientos administrativos. Alrededor de una enorme mesa de madera estábamos reunidas unas 20 personas encabezadas por don Napoleón Cantú Serna, político y caballero de verdad que en ese entonces era secretario general de Gobierno.
Cuando terminó la presentación y esta se aprobó, don Napoleón, con tacto cuidadoso, voz pausada y rostro sereno, expresó que coincidía con lo propuesto, pero sutilmente agregó que el gobernador José Natividad González Parás tenía una visión distinta del proyecto.
Todos los presentes atendíamos con respeto las palabras del secretario general de Gobierno cuando, de manera sorpresiva, un asesor tomó la palabra y sacudió hasta al propio don Napoleón. Al más puro estilo de la serie televisiva de la familia P. Luche, como si respondieran a la cuenta de tres, la totalidad de las miradas se concentró en quien, sin observancia alguna de las formas, rompió el silencio que siguió al comentario de quien presidía la reunión.
—Yo ya le dije a Nati que él es quien está mal —dijo en tono campechano el protagonista de la disrupción, quien de golpe y sin querer se situaba en la reunión como un hombre valiente y de extraordinaria confianza con el gobernador. Seguramente, ninguna otra persona ahí reunida se hubiera atrevido a contradecir de manera tan contundente al mandatario.
Sin alterar su compostura, don Napoleón inquirió con tal pulcritud a quien decía que había confrontado al gobernador para exponerle su desacuerdo, que pasó a segundo plano su expresión de curiosidad:
—Dígame por favor, licenciado Pérez, ¿qué fue lo que le contestó el señor Gobernador?
La pregunta que el resto de la audiencia también se hacía, cedió el paso a un periodo de incertidumbre, roto pronto por el mismo valiente.
—Ah, pues me mandó a chin… a mi mad… —respondió el asesor con tal cachaza que, una vez más como en las aventuras de la familia P. Luche, pareció escucharse un largo “aaaaaahhhhhhhhhhhhhhhh” que a muchos movió a la risa, por supuesto no a don Napoleón, quien siempre prudente se abstuvo de profundizar en la respuesta obtenida y de recriminar el incumplimiento de la alta expectativa generada.
En el tema del humor como alternativa frente a la conmoción, México destaca y, además, es semillero continuo de nuevos actores, que asustarían si no fueran cómicos.Baste evocar la histórica aportación de “Layín”, también conocido como Hilario Ramírez Villanueva, realizada en un mitin celebrado en el 2014 para buscar su reelección como alcalde de San Blas, Nayarit.
Como podrá recordarse, “Layín” dijo en esa ocasión que había robado al erario, “pero poquito”, lo que, aunque usted no lo crea, fue seguido por aplausos de la concurrencia, sin duda ejemplo de la actitud que exige la vida para no renegar del destino.
Sin embargo, el ex alcalde de San Blas sabe ya que el folclore mexicano y su gusto por el humorismo evasor de realidades nunca descansa. El diputado, empresario y dirigente de la Confederación Autónoma de Trabajadores y Empleados de México (CATEM), Pedro Haces Barba, pareció decirle “quítate que ahí te voy” cuando declaró la semana pasada sobre las suspicacias originadas por la difusión del rancho de su propiedad, en el que notas periodísticas afirman hay un hotel boutique, plaza de toros, viñedos y un gran salón de fiestas.
Esa declaración, cínica para los enemigos del humor y tierna y divertida para los amantes de este, es tan sencilla como animalista, aunque provenga de un hombre que también es taurino:
“Todos tenemos cola, nada más que la mía es de hámster, es chiquita, hay otros que ni la puerta cierran cuando pasan, esa es la diferencia”, expresó provocando, como era de esperarse en México, risas y aplausos de sus compañeros de bancada, según lo relatan diversos medios de comunicación.
Las mismas fuentes que difunden las palabras del evocador de la simpática figura del roedor de característicos carrillos, confirman que se trata de un humoristanato. Lea y aplauda, si está de acuerdo, lo siguiente:
“No somos iguales… mi rancho, que es la casa de todos ustedes… es de puertas abiertas”, dijo antes de interpretar el sentimiento de sus agremiados y expresar que los trabajadores de la CATEM están satisfechos por su trabajo.
El sentido del humor es uno de los mejor antídotos contra la broma en la que en ocasiones se convierte la vida.
¡Ja, ja, ja!
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