Los vaqueros del Caribe cabalgan de nuevo

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Si hay alguien inolvidable para los olvidables, es el maestro, es decir, la persona que enseña de letras y vida, pero que suele ser sólo ponderada en el día que se le dedica y en los tiempos electorales.

Cómo olvidar a don Ricardo Omaña del Castillo, mi maestro y editor en un periodicote, cuando una tarde al regresar de reportear me preguntó quién había defendido al gobernador. Cuando le respondí que lo había hecho la CTM, me observó con ironía: “Ah, entonces lo incriminaron”.

Casos similares operan también en sentido inverso. Las críticas continuas que una persona recibe lo mismo por sus errores que por sus aciertos, acaban convirtiéndose en halagos o palabras carentes de fuerza.

Ahí está el caso de la presidenta de México, Claudia Sheinbaum, quien propuso al G20 destinar a la atención de la pobreza el 1 por ciento del presupuesto armamentista, idea que fue criticada por quienes lo hacen de manera sistemática. Empero, aunque para esas personas sea la continuadora del gobierno de la necedad, no excluye que su propuesta sea aprobada por la razón y el más elemental sentido humano, pese a que el fanatismo ejercido contra los “fanáticos” la condene.

Reducir la pobreza es un imperativo mundial, que en México tiene la mayor urgencia, ya sea por deber moral o interés para conservar posiciones de privilegio.

Refresco a propósito de ello el recuerdo ya documentado de la gran fiesta de cumpleaños de uno de mis patrones:

“Como en una de esas películas tan distantes a tu cultura, como vistas y disfrutadas por miles de cotidianidad ajena a lo presenciado, los verdes pastos de esta enorme finca del Caribe reciben continuamente helicópteros de lujo, de los cuales descienden invitados provenientes de otra realidad.

“Mientras la música en vivo interpretada por famosa orquesta de este país isleño es fondo de exposición de vanidades, paso de exquisitas viandas y desfile de espectaculares mujeres, departes en tu mesa con varias personas nativas de esa realidad, hasta hoy desconocida por ti. Más que especulaciones sobre el próximo presidente, escuchas ahí opiniones de los accionistas de la presidencia de una nación, tan o quizá más atrasada que la tuya.

“No lo niegues, es tan obvio como tu frustración: aspiras a poseer una nave de esas, con asientos forrados de piel y propulsada por turbinas, aunque no sabes si por cumplir ese deseo dejarías de recorrer estos senderos flanqueados por palmeras, como parte de un trío de bestias corredoras que tarda en ellos más de una hora para apenas bordear la vasta propiedad a la que sirves.

“Te encuentras en esas elucubraciones cuando detrás del refinado ambiente que sólo habías conocido en algunas escenas de las películas de James Bond, observas un cuadro que nunca olvidarás. Afuera del recinto donde hay música, comida, bebidas y redondeces en abundancia observas a los vaqueros de la finca, sentados sobre el pasto junto a una palmera en la que están amarradas sus famélicas cabalgaduras.

“Dejando pasar el tiempo y seguramente acumulando rencores, ellos ven a lo lejos la fatua fiesta, sin que nadie piense siquiera que merecen un vaso de agua o un plato desechable con sobras. Tu temor de siempre por cumplir en justicia con una irremediable cita en el infierno, te lleva a conseguirles algo de beber y comer, acto de naturalidad para ti inobjetable y para ellos de lógica incomprensible.

“Y vas hacia atrás en pensamiento, para recordar una de tantas noches en las que el patrón, contento por algún logro, pasaba por ti en su largo Mercedes negro al departamento de lujo donde vivías, para ir a un exclusivo restaurante y pedir sin restricciones botellas y platos llenos de lo que desearas. Una sola cuenta, que pagaba generosamente, superaba el monto de la nómina mensual de todo el grupo de vaqueros de la finca a tu cargo.

“Pese a ello, regresaste a tu país sin convencerlo para que aumentara el sueldo de los trabajadores, cuyo salario equivaldría en México a unos mil 500 pesos mensuales. Después de la gran fiesta de su cumpleaños habías estado cerca de lograrlo, cuando le señalaste que sobre cualquier criterio de humanidad y justicia, era importante mejorar las condiciones económicas de su personal, por seguridad de él y de su familia. Para seguir igual, hay que cambiar, le sentenciaste”.

Y no es que profese alguna doctrina contestataria, pero se tiene que vivir, no sólo ver vivir, como los vaqueros del Caribe y los millones de mexicanos pobres.

riverayasociados@hotmail.com

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