Como parte del paquete de dobladas para evitar aranceles del 25%, México cede ante la prohibición de importar maíz transgénico.
Ciudad de México.- Parece que la férrea defensa de la soberanía alimentaria y la salud pública tiene sus límites, sobre todo cuando hay aranceles del 25% de por medio. Tras perder la disputa comercial con Estados Unidos, el gobierno de México ha decidido dar marcha atrás en su prohibición del maíz transgénico para consumo humano, dejando sin efecto las restricciones publicadas apenas en 2023. La medida llega en un conveniente momento, justo después del acuerdo entre Claudia Sheinbaum y Donald Trump para evitar un golpe comercial entre ambos países.
La decisión, plasmada en el Diario Oficial de la Federación, también elimina restricciones sobre el uso de glifosato, el herbicida que ha sido motivo de controversia a nivel mundial. Curiosamente, el expresidente López Obrador aseguraba que las limitaciones al maíz transgénico no violaban el T-MEC, aunque el panel de resolución de controversias del tratado no opinó lo mismo. Según el fallo, México no presentó evidencia científica suficiente para justificar su postura, lo que obligó al nuevo gobierno a ceder ante las presiones comerciales.
Pero no todo está perdido en la narrativa oficial. La administración de Sheinbaum intenta matizar el giro con la promesa de impulsar una legislación que prohíba la siembra de maíz transgénico dentro del país, protegiendo así la diversidad genética de los maíces nativos. Sin embargo, mientras se lucha por conservar el maíz criollo en los campos mexicanos, el transgénico seguirá llegando en cantidades industriales desde Estados Unidos para alimentar tanto a los animales como a los humanos.
Al final del día, México sigue siendo el mayor importador de maíz amarillo estadounidense, el cual es mayormente transgénico. La diferencia es que ahora, en lugar de desafiar a su socio comercial, el gobierno ha optado por aceptar la realidad del mercado global. Después de todo, el discurso sobre la autosuficiencia alimentaria suena muy bien en campaña, pero las reglas del comercio internacional parecen tener la última palabra.