La historia de un gesto que se repite cada 15 días en Apodaca.
En un mundo que corre, donde la gente no se detiene ni para mirar al otro, hay quienes hacen de la pausa un acto de resistencia. Cada quince días, desde hace ocho años, Jorge de la Garza llega a la Clínica 67 del IMSS en Apodaca con una simple pero poderosa misión: alimentar a los familiares de los pacientes que esperan en salas frías, en pasillos largos, en noches que se hacen eternas.
Lo ha hecho sin faltar. Sin esperar aplausos. Cada comida o cena entregada es una forma de decir “te veo”, “no estás solo”. Y ya son 6,835 los beneficios entregados. No son cifras: son personas. Son madres que no comieron por cuidar a su hijo hospitalizado. Son esposos que duermen en sillas de plástico. Son hijas que rezan por noticias. A todas ellas les ha llegado una taza de café, un plato caliente, una palabra amable.

La Clínica 67 es una de las más importantes del IMSS en el noreste del país. Su carga es grande y su atención vital. Pero a veces, lo más necesario no es una receta, sino un gesto humano. Y ese gesto lo lleva cada vez Vivir para Servir A.C., la fundación presidida por Jorge de la Garza.
La organización trabaja desde el silencio, sin reflectores. Sus jornadas no se anuncian, se cumplen. Adaptan el menú a la estación del año, cambian café por agua fresca, pan dulce por fruta, pero el mensaje es siempre el mismo: servir es un verbo que se conjuga con hechos.
En Apodaca, esta constancia se ha convertido en leyenda cotidiana. Jorge, la fundación, los voluntarios… todos representan una manera distinta de vivir. No para tener, sino para dar. No para brillar, sino para alumbrar.